LA MEJOR OPCIÓN

Sin duda fue la mejor opción, tras la primera reunión que tuvimos una serie de periodistas que veíamos como a la prensa le faltaba profesionales católicos que pudieran impregnar la doctrina de la Iglesia en las noticias y en las redacciones.

Vicente Alejandro Guillamón y Eugenio Nasarre fueron los que me impulsaron con su ejemplo para ser miembro de la UCIP-E nada más constituirse la sección española. Años después, ya como Vicepresidente de la organización montamos, en el año 2000, con José María Gil Tamayo, entonces Director del Secretariado de la Comisión de Medios de Comunicación Social de la Conferencia Episcopal Española, un viaje-peregrinación a Roma con motivo del Jubileo de los Periodistas. Un Jubileo inolvidable con Audiencia con San Juan Pablo Segundo, que nos recordó la importancia de nuestra profesión. “No se puede escribir o transmitir solo en función de los índices de audiencia- nos dijo el Papa- y no se puede siquiera apelar de modo indiscriminado al derecho a la información sin tener en cuenta otros derechos de la persona”.

A la vuelta de Roma, José María Gil Tamayo me propuso participar en las elecciones a la Presidencia de UCIP-E. Acepté y desde entonces tengo esta bendita responsabilidad, que no busca otra cosa que aportar a la sociedad los valores del Evangelio en la construcción de la convivencia, como de criticar todo lo que represente un atentado a los derechos del hombre y poder seguir prestando servicios a la Iglesia.

En estos momentos tan complicados en todos los niveles seguimos fieles a la doctrina del Papa FRANCISCO del que me gustaría recordar uno de su últimos tweets: “A los medios de comunicación pido que terminen con la lógica de la post-verdad, la desinformación, la difamación, la calumnia y esa fascinación enfermiza por el escándalo y lo sucio y que busquen contribuir a la fraternidad humana”.

Que así sea.
Rafael Ortega


LA REFUNDACIÓN DE LA UCIPE (1983)

Corría el año 1983. España había culminado con éxito la Transición. El Rey Juan Carlos I había devuelto al pueblo español los poderes heredados de Franco. Los españoles habíamos elaborado una Constitución, que era la “hermana menor” (con treinta años de distancia, eso sí) de las Constituciones que se habían dado las democracias europeas tras la segunda guerra mundial. Íbamos a formar parte muy pronto (12 de junio de 1985) del “club de democracias europeas”: por la puerta grande, con todos los honores. Ejercíamos nuestras libertades (la religiosa, la de prensa, la de asociación o sindicación) como en cualquier otro sistema democrático. Se había producido con normalidad la primera alternancia en el gobierno de la nación.

En octubre-noviembre de 1982 Juan Pablo II había realizado su histórico viaje apostólico, recorriendo las tierras españolas de punta a cabo. Lo concluyó en Compostela con aquel vibrante llamamiento a Europa (“Sé tú misma”) a los pies del Apóstol Santiago. El catolicismo español afrontaba ya los retos de una nueva etapa. Los católicos habíamos contribuido decisivamente a la obra de la Transición. Había sido una de las páginas más brillantes de la Iglesia en nuestra historia contemporánea.

Juan Pablo II tuvo un encuentro con periodistas y representantes de los medios de comunicación (Madrid, 2 de noviembre de 1982). Tuve la fortuna de estar en aquel encuentro y guardo un recuerdo imborrable de él. Nos dirigió un cálido mensaje. Nos invitó a ser “servidores de la comunicación entre los hombres” y a “un esfuerzo por hacer un mundo más unido, pacífico y humano, donde brille la verdad y la moralidad”. “Permitidme -añadió- que os aliente en vuestra alta misión humana y cristiana”, en un campo “donde están en juego tan altos valores”.

El obispo Antonio Montero era entonces presidente de la Comisión de Medios de la Conferencia Episcopal. Era un gran periodista y escritor. Y sabía captar los “signos de los tiempos”. Practicaba el diálogo y tenía el don de la persuasión. Hablando con él surgió la idea de establecer un lugar de encuentro y de reflexión que nos ayudara a ser mejores “servidores de la comunicación entre los hombres”, a que nos invitaba Juan Pablo II.

Nos pusimos manos a la obra. Tuvimos conciencia de que vivíamos en una sociedad pluralista, en la que se confrontaban distintas cosmovisiones, de que el “periodista católico” necesitaba para cumplir su misión un aliento espiritual que era bueno compartir, y, también, de que caminábamos en una sociedad cada vez más abierta, en la que España no podía cerrarse en sus fronteras.

La UCIP (Unión Católica de Informadores y Periodistas) no había cuajado en España. Era un lugar de comunicación y reflexión, integrado por asociaciones de periodistas católicos de diversos países (europeos y americanos, principalmente). ¿Por qué no encauzar la iniciativa que queríamos emprender, creando la sección española de la UCIP? Concordaba substancialmente con nuestro propósito: nuestros retos eran los mismos que tenían en otras naciones y partes del mundo. Acentuábamos así la dimensión de apertura al mundo exterior, que nos parecía indispensable en una España dispuesta a compartir su destino en Europa.

La tarea, así planteada, era crear una asociación, elaborar sus estatutos, ingresar en la UCIP y establecer un plan de trabajo sencillo, conforme a los modestos medios con que nacíamos. Había consenso, al menos, en algunos puntos fundamentales: la relación amistosa entre los asociados (porque nos enriquecía mutuamente y nos fortalecía); que sirviera de plataforma de diálogo ad intra y ad extra; que se comprometiera permanentemente a defender el derecho a la información veraz y a la libertad de expresión, que siempre sufren amenazas y coacciones.

Quiero recordar a algunos que participaron en aquella aventura con entusiasmo y generosidad: Luis Venancio Agudo, Miguel Ángel Velasco, Manuel Unciti, Rafa Ortega, Homero Valencia, Manolo Cruz, Mercedes Gordon, Antonio Alférez, Miguel Ángel Gozalo, entre otros; pero, de todos ellos, es de justicia una mención especial a Vicente Alejandro Guillamón, de desbordante generosidad y gran capacidad de iniciativa, que acreditó a lo largo de su azarosa vida, siempre fiel a la Iglesia. Logramos que algunas decenas de informadores y periodistas se comprometieran con la iniciativa. Creo recordar que “aquella UCIP-E” nació en 1984 y dio sus primeros pasos. Lo importante es que aquel “focolare” sigue encendido en una España tan diferente de la de aquélla de los años ochenta. Pero eso es asunto para otra conversación.

Eugenio Nasarre


LA AMBICIÓN DE LA UCIP-E

La Unión Católica de Informadores y Periodistas de España se constituyó en Madrid en abril de 1984, a la sombra de la Unión Católica Internacional de la Prensa, con sede en Ginebra, y a impulsos del obispo de Badajoz, monseñor Antonio Montero que en esos momentos era presidente de la Secretaría de Comunicación de la Conferencia Episcopal.

Como periodista y católico, no dudé en incorporarme a esta atípica Asociación “confesional, privada y profesional” que nació reconocida canónicamente por la Conferencia Episcopal Española, atraído por el objetivo señalado en sus Estatutos: la defensa de las libertades, en especial la de opinión y expresión, en un contexto democrático novedoso en España y en el cual empezaba a manifestarse una abierta actitud ofensiva hacía la Iglesia. Por ello, la confesionalidad de los miembros asociados, expresada en la coherencia de la fe y el ejercicio de la profesión, la consideré un elemento básico para la construcción de la convivencia en una sociedad infiltrada por ideologías discrepantes y nostalgias del pasado.

Personalmente, además, estaba ya “tocado” por las palabras que el Papa Juan Pablo II dirigió a los directores de los medios informativos durante su visita a España en 1982 -yo entonces era director del diario “Pueblo”- en las que afirmó que si bien es difícil una objetividad completa y total en las informaciones, “no lo es la lucha por dar con la verdad, la decisión de proponer la verdad, la actitud de ser incorruptible ante la verdad…” .De algún modo, estas palabras se recogen en los Estatutos de nuestra asociación en los que se contrae el compromiso de promover y defender el derecho a una información veraz, íntegra y libre, así como comparecer en la vida pública en defensa de su ideario cuando las circunstancias lo aconsejen.

En estos años he participado activamente en las actividades de la UCIP-E, como simple socio y como directivo. Una de las iniciativas tomadas en ese período, con el tesón y el entusiasmo del que durante largo tiempo fue el Secretario General, el ya fallecido Vicente Alejandro Guillamón y los consejos de nuestro consiliario, el P. José Luis Gago cuyo proceso de canonización está en trámite, fue la elaboración de una radiografía de la profesión periodística desde una perspectiva confesional, mediante una amplia encuesta realizada por el Instituto de Ciencias Sociológicas. El resultado mostró una amplia diversidad de actitudes ante la información religiosa -los obispos hablan poco, los obispos hablan mucho…- y una coincidencia: la necesidad de una mayor apertura informativa de la Conferencia Episcopal, ya plenamente lograda..

Ahora que se ha renovado la Junta Directiva y se trata de dar un nuevo impulso a nuestra Asociación, desligada ya de su matriz e incorporada a “Signis”, es más que oportuno insistir en su tarea de promover la libertad y la verdad en el marco de la Constitución y sin olvidar su carácter dialogante en el ámbito de la profesión periodística. Ese objetivo es acaso más necesario que nunca ante las influencias ideológicas que muestran los medios de comunicación, especialmente los de carácter público, y la proliferación de las redes sociales, en medio de una sociedad amenazada por el desconocimiento de la verdad so pretexto de una supuesta libertad que desfigura la realidad misma.

Manuel Cruz